Indudablemente, la historia nos ha demostrado el gran poder del sector político a la hora de influir, para bien o para mal, en el lenguaje cotidiano, tejiendo con maestría los hilos de la agenda mediática con la semántica más oportuna según sus intereses y objetivos coyunturales.

El dictador Francisco Franco, en medio de la dura posguerra y con el proyecto hidráulico de Estado aparcado por la desolación del país como consecuencia de la Guerra Civil, recurría de forma insistente al concepto «pertinaz sequía» como antesala a la activación de la planificación hidráulica española.

Durante algunos años, la «pertinaz sequía» se convirtió en la culpable de todos los males de la nación; de las hambrunas, del déficit en la balanza comercial, de las plagas de langostas que asolaban los campos extremeños, de la emigración rural a las ciudades y a Europa, y de un largo etcétera de desgracias que escribieron aquellas páginas de la historia. Así las cosas, la solución a tantos problemas fue acabar con esa sequía a base de regular ríos mediante obras hidráulicas, construir embalses y crear los grandes regadíos del país.

Sin embargo, realmente el problema no era la sequía; sino que el mundo avanzaba y nosotros no. Distinguidos políticos como Joaquín Costa y grandes ingenieros con Manuel Lorenzo Pardo inspiraron y diseñaron la política hidráulica para los siguientes cien años, pero la Guerra Civil lo truncó todo, y nos devolvió al pasado de escasez y miseria. Había que rescatar la brillante política hidráulica de la República, y por ello apareció de los fríos labios del dictador el concepto «pertinaz sequía” como excusa para habilitar la política de agua republicana. Y a fe que lo hizo, pues afortunadamente llenó a España de los tan necesarios pantanos y obras hidráulicas.

Después de más de medio siglo, la realidad nos vuelve a demostrar que la historia siempre se repite. Con la llegada de la democracia, el país empezó a crecer, pero la política hidráulica se quedó en el cajón del olvido. A duras penas se terminaron infraestructuras tan importantes como el Trasvase Tajo-Segura, pero no se desarrolló la tan necesaria interconexión de las cuencas de los ríos, pieza clave en el diseño de la política hidráulica de principios del siglo pasado, ni se desarrolló el Plan Hidrológico Nacional ni mucho menos el ambicioso proyecto del Trasvase del Ebro.

España vierte anualmente decenas de miles de hectómetros cúbicos tanto al Mediterráneo como al Atlántico, le regalamos una inmensa fortuna hídrica a nuestros hermanos portugueses mientras lamentamos desde la contemplación pasiva cómo el Guadiana, el Guadalquivir y el Segura agonizan de sed, y con ellos nuestras mejores joyas ambientales como son los parques nacionales de las Tablas de Daimiel y Doñana. Hasta las norteñas cuencas catalanas se deshidratan por la falta de embalses. Barcelona, la segunda urbe más importante del Estado mendiga a la desesperada barcos y puertos donde cargar agua potable para poder beber este verano, que no es poco. Y, mientras tanto, Madrid tiñe de negro las cristalinas aguas del río más significativo del país, el que más capacidad de almacenar agua tiene, el Tajo. Y todo ello por maltratar sus aguas urbanas con una deficiente depuración.

Ahora, para nuestros políticos, ya no es la “pertinaz sequía” la culpable de todos los males. Ahora es el cambio climático. Que no llueve… culpa del cambio climático, que llueve mucho y de forma torrencial… culpa del cambio climático. Que falta agua… el cambio climático. Que sobra agua… el cambio climático. Que hace frío… el cambio climático. Que hace calor, ¿quién va a ser? El cambio climático. Y ojo, que esto no es negar que sea una realidad, pero no es menos cierto que algunos sectores lo están utilizando como un mantra para justificar ciertas acciones y omisiones.

El clima cambia, como todo en la vida, pero desde la asociación que presido estamos convencidos de que no todas las decisiones se deben tomar empleando como excusa la tan sonada expresión de moda. No nos engañemos, que a Barcelona le falte agua para beber es culpa de la nula planificación nacional en materia hídrica. Que Madrid contamine el Tajo es por irresponsabilidad ambiental y social de sus propios dirigentes. Y que los ciudadanos tengan que pagar más caros los alimentos por la escasez de agua que amenaza al sector agrario es por falta de obras y por una gestión nefasta de Pedro Sánchez y Teresa Ribera.

Pero sí hay una causa común a todos estos problemas, y es la poca seriedad y la falta de visión de nuestros políticos, los que con su inalterable pasividad e injustas decisiones nos empujan al abismo en el que hoy nos encontramos. No podemos resolver los problemas de escasez orando a la Santa Faz para que llueva. Es hora de hablar con propiedad y desde ASAJA lo tenemos claro. Ni pertinaz sequía ni cambio climático; la mediocre e ineficaz gestión de nuestros políticos es la única que está secando a España.

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