Sin duda, Alicante es uno de los territorios más dinámicos y con más capacidad de progreso del país. Que conste que no es la pasión por mi tierra la que habla, y a los datos me remito: somos la quinta economía en aportación al PIB nacional, ocupamos ese mismo lugar en número de población y vamos de camino a escalar un puesto en ambas categorías. Nuestros productos hortícolas son objeto de deseo en millones de hogares europeos y nuestra tierra es el sueño dorado para el descanso y disfrute de ciudadanos de todo el mundo. Tenemos una industria con carácter e identidad y hemos sido capaces de construir un potente sector agroalimentario. Somos mar y montaña, tradición y exportación. Sin embargo, tenemos un grave problema… el agua, la falta de agua. Las personas necesitamos agua para vivir, desarrollarnos, cuidar el medio ambiente e impulsar la economía. La relación agua, alimentación sana, salud y prosperidad socioeconómica es directa; sin agua, no tendremos capacidad de producción ni trabajo.

Sin embargo, se da la paradoja que, pese a la relevancia del asunto, no siempre le damos la importancia que merece. Y lo entiendo; en el supermercado nunca falta de nada y cuando abres el grifo siempre hay agua, da igual donde estés. ¿Qué puede fallar, entonces, a partir de ahora? ¿Quién puede arrebatarnos aquello que hemos asimilado como algo nuestro, como algo que nos pertenece?

En los últimos cuarenta años, Alicante ha gozado de dos grandes fuentes de agua para regar, beber y vivir. En el sur y centro de la provincia, el trasvase Tajo-Segura. Y al oeste, las aguas subterráneas del Alto Vinalopó, el auténtico gran tesoro de Villena.

Pero este mes de enero, una decisión política, injusta y sin criterio técnico ha dejado herido de muerte al trasvase, esa obra de ingeniería que despertó a todo un país de su letargo, que glorificó al Levante convirtiéndolo en la despensa hortofrutícola de Europa, que nos hizo aprendices -y maestros- de una agricultura sostenible para producir más alimentos con menos recursos y coste ambiental. Hoy, los caprichos del sinsentido se imponen, empujando a la deriva a decenas de miles de familias del sur de Alicante que quedan a merced del enemigo más cruel, la incertidumbre. 

Lo del Júcar-Vinalopó también clama al cielo. Los alicantinos somos los únicos del país que estamos cerrando nuestros pozos de agua para conseguir la mejora ambiental que supondrá la recuperación de los acuíferos del Alto Vinalopó. Todo ello a pesar del fracaso político en torno a este acueducto, que debería sustituir el agua de los pozos, pero que lleva tres lustros de retraso en su puesta en marcha.

Ante este panorama, ¿qué papel nos toca jugar a la sociedad, para contribuir a que lo del agua deje de ser un problema y se convierta en una oportunidad de futuro?

Todos debemos hacer un uso exquisito del agua, claro está, pero también tener conciencia de dónde estábamos y dónde estamos ahora, de lo que teníamos y se nos ha arrebatado. Debemos plantarnos y exigir a quienes nos gobiernan las soluciones que necesitamos para que nuestro esfuerzo como ciudadanos de esta provincia vaya al compás de los recursos que por derecho nos merecemos. El derecho al acceso de agua para producir alimentos, agua buena y barata para vivir, comer y cuidar el medio ambiente tendría que ser una prioridad en la agenda de quienes dicen querer lo mejor para nuestra tierra. Ellos tienen la obligación de gestionarlos de forma justa y eficaz. Porque en España, dicen las voces sabias, hay agua suficiente, lo único que hay que hacer es distribuirla bien. Y ahí es donde entra en juego la planificación hidrológica nacional, con origen en los políticos regeneracionistas encabezados por Joaquín Costa, ejemplo y espejo en el que se miran países de todo el mundo. A ella se debe el progreso social, económico, cultural y ambiental de nuestra nación, y al pódium que ocupamos como el Estado con mayor número de embalses en Europa. Son precisamente esos embalses, fruto de una inversión y proyección, los que nos permiten tener energía, agua en nuestros grifos y alimentos en nuestra mesa, y hasta caudales ecológicos en ríos que, de no ser por ellos, estarían secos durante los cálidos meses de verano.

Nos encontramos en un momento clave en la historia de nuestra provincia donde no tiene cabida la resignación, donde debemos levantarnos, unirnos, investigar, proponer y actuar. Alicante puede ser fuente de riqueza o conformarse con un discreto segundo plano, con ser el simple espectador de una función donde el actor principal es el político de turno y sus laudos. Yo elijo creer que todos preferimos lo primero. Por eso, ahora más que nunca, luchemos por nuestra tierra y nuestra agua, seamos creadores del futuro que queremos proyectar, negro sobre blanco, y luchemos por construir una realidad sostenible que tenga raíces en el bienestar que produce vivir y trabajar con certidumbre.

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