En los próximos días cerraremos el 2022, un año marcado por la invasión rusa a Ucrania, que más allá de ser una terrible desgracia para este pueblo, nos ha acabado condicionando la vida a todos. Pero este año no solo pasará a la historia por este hecho, sino por ser uno de los peores de los últimos lustros desde el punto de vista agrícola y ganadero, con guerras abiertas que no hubiésemos querido batallar: la de Ucrania, la del agua, la del fuego, y la de costes y precios. Demasiados conflictos y pocas soluciones.

La guerra de Ucrania nos bloqueó los mercados y una parte muy importante de nuestros cítricos terminaron en el suelo de los bancales por no tener salida comercial. Pero los efectos de este conflicto armado no terminaron ahí, pues las zonas afectadas son nuestro granero para piensos y cereales de consumo humano. Es la consecuencia de una política agraria comunitaria (PAC) que nos empuja a depender de países terceros mientras nos obliga a dejar millones de hectáreas de barbecho. El precio de los piensos y la energía se dispararon en un contexto económico en el que los ganaderos seguían vendiendo a perdidas. La primera consecuencia ya la estamos viviendo: decenas de miles de cabezas de ganado sacrificadas por no poder mantenerlas, y un déficit de producción de leche que no nos deja otra opción que comprarla fuera.

Tras el inicio de esta batalla, rápidamente llegó otra, la de los precios en el campo. El coste de fertilizantes, semillas, fitosanitarios, energía o combustible se disparaba con incrementos desorbitados, de más del cien por cien. El bloqueo de los mercados de frutas y hortalizas europeos hizo caer en picado las cotizaciones de limones, naranjas, mandarinas o alcachofas y tuvimos que conformarnos con vender en campo a precios por debajo del coste de producción, mientras que en los lineales de los supermercados hinchaban los precios con cifras absolutamente vergonzantes. Se llama especulación, aunque los expertos en “economía” lo llaman inflación. Ante esta situación, a los agricultores solo nos queda una solución, la correcta aplicación de la Ley de la Mejora de la Cadena Alimentaria, que es más que la prohibición de tener que vender a perdidas; es alcanzar un correcto equilibrio en toda la cadena alimentaria. Justicia y ecuanimidad para todos los eslabones que la conforman. Y aunque la ley es joven y está en su fase inicial, estoy convencido de que su buen uso aportará beneficios a la sociedad y al sector primario.  

En primavera comenzó a llover como nunca lo había hecho en nuestra tierra: la sequía hídrica desaparecía por unas semanas y lo que parecía la solución, se convirtió en un nuevo problema. El exceso de agua hizo que se perdieran las cosechas de almendra, aceituna y cítricos de la mayor parte de las comarcas. La fauna silvestre y las altas temperaturas de mayo se llevaron el grano de cereal dejando a nuestros productores sin grano, solo con la paja.

Llegó el verano, el cálido verano y con él la guerra contra el fuego. Las montañas alicantinas en pocos días cambian el verde de la hierba fresca por el amarillo del pasto seco. ¿Y nuestros rebaños que limpiaban los bosques, dónde están? Ya no están, fueron las primeras víctimas de la despoblación del medio rural, de la falta de rentabilidad y del casi inexistente relevo generacional. Así las cosas, tan solo hace falta un rayo o un pirómano para hacer el resto. Con un aviso desesperado advertimos lo que podía ocurrir y ocurrió, no hubo remedio, era tarde… y el 14 de agosto los valles de la Vall d´Ebo y Alcalá no solo ardieron, sino que una explosión de fuego sin control arrasó el territorio, llevándose por delante más de 12.500 hectáreas y muchos proyectos de futuro. Los problemas de las montañas alicantinas no terminan ahí, el plan de la erradicación de la Xylella ha sido un auténtico fracaso, y los agricultores no encuentran soluciones a sus demandas. La falta de rentabilidad, una PAC que castiga la productividad a cambio de una limoná y unos acuerdos comerciales de Europa con terceros países sin reciprocidad de condiciones son las otras “guerras” que están “quemando” nuestros campos.

Iniciamos y terminamos el año con el anuncio de sequía, con los embalses en mínimos y la amenaza de una planificación hidrológica del Tajo que más que hidrológica es ideológica al servicio de un ecologismo extremo y bajo el dictamen del posicionamiento político del presidente castellano-manchego, obsesionado con acabar con el Trasvase Tajo-Segura. La ministra Ribera ha iniciado nuestra tercera guerra del año, la guerra del agua. Mientras tanto, los representantes del Consell apuestan por el diálogo y consenso ante una ministra que ni dialoga ni consensua, solo impone su hoja de ruta. Imposible seguir por esta vía. La gota que colma el vaso la tenemos con la famosa “cláusula adicional novena”, la cláusula fantasma que se pactó, se escribió, se publicitó, y después se esfumó como por arte de magia al dictado del “mago manchego”. Señora ministra, no nos tome por tontos ni nos falte al respeto.  La única realidad que se nos presenta es que usted nos va a reducir el 50% del agua del trasvase con la promesa de inversiones que no son ni proyectos. Y no solo eso, también nos elimina a los alicantinos el derecho de recibir agua de calidad del Júcar para beber para dársela a la Mancha para regar. ¿Algo más?

El año de las guerras termina, pero la lucha sigue. Por un campo que ocupe el lugar que se merece, por unos agricultores que puedan vivir dignamente de un sector primordial para toda la sociedad. Con este compromiso y el convencimiento de que el 2023 vendrá colmado de prosperidad, deseo a todos y todas un Feliz Año Nuevo.

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